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5.4.12

HOMO STUPIDENS // Tu riñon por una entrada

Ni más, ni menos.

Por: Ana Rchy

Hasta 28 mil pesos se pagaron esta semana por un boleto para ver a Paul McCartney. Y como atinadamente dijeron los conductores de El Weso, programa de sátira informativa que se transmite por 96.9 FM, se hizo realidad aquella frase una vez pronunciada por John Lennon: 

“Quienes ocupen las últimas localidades aplaudan, los que están hasta adelante pueden simplemente agitar sus joyas”.

El rock, como casi todo en esta vida, es un reflejo de la sociedad. Así como en algunos estratos, y me refiero a las tocadas de rock urbano de las que una vez hablé, la música representa un desahogo y una expresión de inconformidad social; en otro lado del espectro el rock and roll se cotiza como uno de los lujos más costosos de los que se tiene memoria. 


Todos somos fans de algo o de alguien. Todos nos hemos formado alguna vez, acampado incluso a las afueras de una taquilla en espera de obtener ese pedacito de cielo que cabe en el rectángulo de papel que son las localidades para un concierto. Aquel que no se haya arrodillado ante el Maestro que lance la primera piedra. ¿Qué maestro? Nada menos que aquel a quien le cantamos: “Obey your MASTER, your TICKETMASTER”

Incluso Pearl Jam tuvo lios legales con los maestros del boleto

Por muy punkie que yo sea, tampoco peco de ingenua. Aquí su Ana Rchy favorita está perfectamente consciente que el negocio del entretenimiento representa una mina de oro, una más jugosa que las tetas de Katy Perry, para los grandes emporios como Live Nation u OCESA. Sin embargo, a veces experimento un poco de nostalgia por la forma en que se realizaban los conciertos en otros tiempos, cuando casi cualquiera podía reunir monedas en un cochinito de barro para después romperlo. 

Llegará un momento, sencillamente, en que incluso aquel que no tenga una tarjeta Banamex sencillamente no pueda acceder a un concierto, porque esa maldita tarjeta de crédito se ha convertido en un salvoconducto a las preventas similar a la lista de Schlinder: quien no la posea, será condenado a muerte. 

¿O no es la muerte no tener un boleto para Metallica, Radiohead o Roger Waters? ¿Acaso quienes se quedarán afuera de semejantes descargas no experimentan un síndrome de abstinencia tan angustiante como el de Renton cuando lo privan de sus pinchazos de heroína en la versión fílmica de "Transpotting"

El rock es para los ricos. ¿Conocen a alguien que se haya emborrachado en el Vive Latino? Con cervezas de 70 pesos el vaso, hace falta invertir lo mismo que si nos fuéramos a cenar al restaurante que da la vuelta en la cima del World Trade Center. Y en ambos casos acabaríamos mareados y vomitando. 

Es más, conozco a muchos dizque “fans” que asisten al Vive únicamente por el carácter de evento social que tiene, aunque ellos no conozcan a ninguna de las bandas. Anhelan tomarse la foto en el Foro Sol, cerveza en mano, para subirlas a sus Facebooks. 

Asistir a conciertos, a diferencia de lo que sucedía con nuestros abuelos que eran tildados de “parias sociales” por escuchar rock en vivo, hoy en día es un símbolo de status y de poder. ¿Qué no? Nunca el rock fue un bussiness tan descarado como en la actualidad. No en vano el hombre más rico del universo puso sus ojos en él y se inventó una cosa llamada Rockampeonato Telcel. 

En este contexto, aquellas tocadas maratónicas en Ciudad Universitaria, casi gratuitas o que pedían un kilo de grano a cambio de entrar, representan ya auténticas piezas de museo. Está bien, tampoco quiero cambiar el mundo. Si las niñas popis quieren ir a lucir sus ropitas de Prada o sus lentes RB en el más reciente toquín de los Artic Monkeys (¿qué no se supone que eran los rockstars quienes se reservaban el privilegio de utilizar gafas oscuras durante la noche?), por mi no hay problema. 

Sólo les recuerdo una cosa: en algún slam nos encontraremos y ahí se sabrá quién es quién. Por lo pronto, hoy comienzo a juntar mis pesitos porque no dudo que los científicos ya experimenten para resucitar a los muertos y cuando eso suceda, seguro organizarán una gira de reencuentro con Joy Division y el zombie de Ian Curtis al frente. Los boletos, ya lo puedo ver, serán carísimos. Un riñón por estar en primera fila. 

Y entonces recordaremos con nostalgia el día que alguien pagó la bicoca de 28 mil pesos por un asiento (aunque se pasara el concierto de pie) para ver a Paul McCartney




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